Powered By Blogger

martes, 17 de agosto de 2021

Las tres flores


   


   Venían las tres por la vereda, ya no tomadas del brazo como antes de la pandemia: las tres sesentonas emperifolladas para ir a la primera misa que se realizó en la parroquia de acá a la vuelta cuando por fin el protocolo aflojó. Las malas lenguas del barrio las llamaban "las tres flores de la costa". Yo me concedí el permiso de bajarme el barbijo para olerlas. Hurgué en mi memoria olfativa y recordé que, antes de perder el olfato por tener que vivir con un barbijo puesto todo el tiempo, al cruzarlas una vez, había olido aquella fragancia que solía identificar a mi mamá emanando de la solapa del saco de una de ellas, la más agraciada de las tres: Gloria. Yo venía caminando detrás de ellas y me les adelanté. Y al saludarlas, me acarició la nariz ese perfume que ahora busco en la ropa de mi vieja en los momentos en los que la lloro todavía, aunque ya se estén desvaneciendo con el correr del tiempo - el llanto y el perfume. Dije en voz alta el nombre comercial de la fragancia, y Gloria se iluminó, y sus ojos se abrieron como los pétalos de una flor que explota una mañana de primavera. Las otras dos me miraron mal porque había cometido el pecado mortal de bajarme el barbijo para hablar justo cuando estaban camino a la misa del domingo. En cambio, Gloria se encendió y me contó brevemente la historia de ese perfume. Se lo había traído Jorge del free shop de Ezeiza especialmente escogido para el aniversario de bodas número 40, que no llegaron a celebrar juntos porque a Jorge se lo llevó el COVID en cuatro días por una neumonía que lo terminó de fulminar en coma inducido ya, y me explicó que lo que no podía perdonar ni digerir era el hecho de que no le permitieron verlo muerto, ni siquiera estar presente en la ceremonia de cremación para poder despedirlo con ese perfume puesto. De los pétalos abiertos de sus ojos brotaron dos lagrimones que eran como el rocío del amanecer. Y entre los lagrimones y los mocos que se adivinaban detrás de su barbijo negro, me regaló una flor que deseo huela a presagio, abrazándome con la mirada:

-Yo te auguro un gran futuro.