Si hay algo que esta peste sí ha logrado
- además de hacernos crueles, ignorantes y porfiados,
además de pensar "Algo mal este habrá hecho,
habrá sido descuidado, por algo habrá pasado".
Si hay algo bueno y bello en todo esto,
además de los discos y poemas que ha devuelto,
las canciones de ayer, el libro de cocina de la abuela,
el gusto descocido por el arte, las plantas, las macetas,
los amaneceres detrás de tu ventana, el fuego en el hogar,
los chocolates, los bailes ancestrales, las ganas de más mar,
los pájaros que vienen a mi patio, mi gato, el desparpajo,
el sol que, lento, nos deleita entre los dedos, el pelo largo,
la urgencia por salir, correr, vibrar, reír,
por bebernos la vida a fondo blanco;
si hay algo, será, pues, esa certeza
que a menudo, soberbios, nos obviamos...
¡Me ha de tocar un día a mí y he de partir!
Tal vez le toque a quien de mí cuida o depende,
y entonces quede sola, viuda, huérfana
o, lo que es peor aún, sin descendencia, en vida muerta.
Confieso que, temiendo lo peor, yo me hice el bolso,
dejé instrucciones breves pegadas a la heladera:
les dije que no quiero ropas negras ni quiero flores,
tan solo una canción, esa que tanto amo,
la que habla de esta soledad eterna que
desde que nací me ha acompañado,
la que suele visitarme en horas como esta
en las que, sola, le escribo a mi eterna compañera.