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viernes, 20 de octubre de 2023

Ars Moriendi

                           "Sueño y su hermanastro Muerte"

John William Waterhouse

      Dicen los que saben del arte del buen morir que hay personas que no mueren hasta que uno de sus seres mas amados se aleja del lecho de muerte. Yo, todavía, muchas veces me pregunto por qué te fuiste sin que yo estuviera sosteniéndote la mano en el momento de partir de este mundo a un lugar mas digno para vos. ¿Habrá sido mi propia cobardía, mi aprehensión a la muerte, mi incondicional amor por vos o las circunstancias que se sucitaron alrededor de aquel momento? Y me consuela pensar que tal vez lo que dicen los que saben sea cierto. Ellos lo llaman Ars Moriendi. Ahora queda ir reaprendiendo el arte del buen vivir...


viernes, 13 de enero de 2023

Luminiscencia



   Había nacido su primogénito varón. Emergía por vez primera del encierro invernal al que la habían confinado los cálidos cuidados que requería un bebé de bajo peso, pero lo hacía en auto para trasladarlo a su primera visita con su pediatra. Miraba hacia afuera, luego de un tiempo que se le había hecho eterno por tan poco sueño y tanto aprendizaje, un tiempo intenso de mirar hacia adentro, hacia las entrañas de su maternidad, que reflejaba alma pura en todos los espejos. Miraba con asombro por la ventana del coche con el bebé en sus brazos envuelto en mantas celestes que olían a cielo, luego del rito iniciático de haberlo entalcado y perfumado para parirlo ahora al mundo exterior en un día sombrío de fría lluvia espesa. Observaba con atenta curiosidad a todos los que iban y venían sumergidos en sus rutinas de trabajo o de obligadas compras bajo sus paraguas grises. Y, de pronto, los paraguas, los maletines y las mochilas, las bolsas de compras, los zapatos mojados, los cuerpos, sus rostros y sus ojos extasiaban su miradada de iluminada mística postnatal con el brillo de un aura que desprendían y que a todos elevaba sobre las calles mojadas. Era como si lo cotidiano conocido traspasara las fronteras de lo físico y material y lo dejara suspendido en la tenue luz de ese aura que lo envolvía. Y al mirar, sólo ella veía con asombro todo aquello que se le hacía espiritual, tal como ella misma se sentía devenida madre y reflejada en los espejos. Todo se había convertido en pura luminiscencia en la húmeda grisura de las calles que recorría como por vez primera, con la misma intensidad de la primera mirada turquesa de su hijo recién nacido clavada en en el ambar de los suyos bajo la tenue luz de la sala de partos.

                                                                                                      13/1/1937     In Memoriam

miércoles, 11 de enero de 2023

Epifanía

   



   Supo que era escritor aquel día de lluvia en el que, sentado en pijama frente a su ordenador, constató por primera vez que había logrado hacer de una ineludible mentira una bella y creíble verdad. Hasta entonces sólo había conseguido narrar prolijamente su puñado de verdades de perogrullo. Pero esto era diferente, era inaudito. Supo que era escritor y que ya no le importaba la verdad ni la mentira ni vestir más que su pijama. Supo que el despertarse de madrugada con las manos pesadas de ladrillos para construir castillos de palabras era algo que le iba a suceder con frecuencia, aunque no sabía a ciencia cierta con cuánta, y eso lo angustiaba más que la carga. Supo que el ir a todas partes armado de anotador y bolígrafos iba a ser su perpetua condena a la rareza. Supo, en lo más encendido de su ser, que esa vocación por vivir calzándose zapatos ajenos para hacer propias las historias que otros andaban era su camino, aunque el andarlo no lo conduciría a ninguna parte. Ese era su destino manifiesto, algo infinitamente menos importante que el inenarrable placer de escribir. Supo que aunque su nombre no quedara impreso en los anaqueles del tiempo siempre se imaginaría leído y acompañado cada vez que llegara a la mitad de ese cigarro con el que se premiaba en solitario luego de acabar de vaciarse del escritor. Se supo escritor y dueño absoluto de la locura necesaria para caminar en pijama por las cornisas resbaladizas en días de lluvia como aquel, clamando por el canto de las musas para hacer de su ineludible verdad una bella y creíble mentira.


miércoles, 4 de enero de 2023

Sempiterno

     


    Vi a Laura parada bajo el sol del mediodía en la esquina a punto de cruzar la calle, tal vez por primera vez después de aquella tarde de gemidos ahogados en desesperada incredulidad, emergiendo de la tumba en la que se había convertido su departamento en planta alta, ahora que su vida era una noche larga e insomne, ahora que su celda era la de una prisionera más del duelo, siempre oscura y fría por las ventanas cerradas y persianas bajas que rechazaban el aire y la luz de la tortura que implicaba cada nuevo día. Se habría forzado a salir después de meses, tal vez en el intento futil de adquirir los alimentos que no podría cocinar con manos temblorosas y que no podría pasar sentada a la mesa de la ausencia. Lucía delgada y débil, como si se le hubieran venido diez años encima, con el cabello crespo y la raya cubierta de canas que antes se empeñaba en tapar. Caminaba lento y torpemente, adormecida por pastillas. No era ni la sombra de la mujer atónita e impotente de aquella tarde del día en el que la había encontrado en la puerta de su casa sin poder creer que la maldita muerte había arrebatado de su vida a su marido sin previo aviso al desplomarse en la cancha de tenis de un ataque fulminante al corazón. 

  Aquella tarde en la que había notado movimientos raros y escuchado sus gritos de agonía, salí a la calle y la encontré aturdida. Acababa de recibir la noticia por celular. Se agarraba la cabeza, tapando sus ojos rojos, estallados en lágrimas de furia, y refregaba sus manos heladas que tomé en un intento vano por consolarla y ofrecerme a asistirla en lo poco que se podía hacer. Los que dicen saber de duelos hablan de las distintas etapas por las que se va pasando a través del tiempo calculado en meses y años antes de cronificarse y convertirse en enfermedad. Mi vecina parecía enferma, detenida en el largo tiempo transcurrido, paralizada en un estado sempiterno de depresión, sin fuerza alguna para llegar alguna vez al puerto de la liberación que, según los que saben de estas cosas de la muerte, implica la mansa aceptación de la pérdida: la de una seguridad de vida de a dos al prometerse compañía tanto en la salud como en la enfermedad, aunque la muerte jamás logra separar. El ver a Laura bajo el sol aquella mañana en la que me animé a emerger de casa, fue como ver el pálido reflejo de mi incapacidad por cortar con mi sempiterno cordón umbilical.