"Lavanda y miel":
ella le sugirió,
y él abrió su sentidos a esa sensación,
al sabor y al perfume prohibidos en tiempos de barbijo.
Ambos consintieron, bien a sabiendas,
y se citaron en un hotel desierto,
centinela silente del secreto,
sin otros huéspedes que disimularan,
sobrevivientes deseosos y sedientos
de desearse tanto mas que lo deseado.
Lavanda y miel
en el perfume de la tersa piel,
en el satén de un roce zen
de dos auras que hasta allí llegaron sedadas
en vital veda de abrazos y besos, en pleno toque de queda.
Y en el encuentro, un salvoconducto a la cordura,
se desataron las casi ya olvidadas ganas,
implosionaron todas las dudas de la distancia,
y lo que sucedió les dio sosiego y reinó la calma,
azul purpureo, dulce hondonada.
Lavanda y miel:
lame la hiel de la desconfianza,
pero por Dios, dulzor, por Dios, color,
no caigan en promesas vanas,
que vivos y juntos saben que están por hoy
y de mañana, ya no hay certezas: mañana ya no significa nada.
Sintonizaron con lo fugaz y con lo cruel de ese atardecer
en esa risa, cómplice de lo que es: solo un permiso
auto-otorgado para esconder que el hoy los derrite y que los salva
de un presente gris al que, como adultos, ya resignados,
tantos llamamos las circunstancias,
rebeldes... sí, pero con causa:
"Lavanda y miel".