"Te digan las rosas todo lo que yo te quería decir", leía la esmerada tarjeta, en cuidada y masculina cursiva, que llegó a su oficina coronando un magnífico ramo de rosas rojas aquella mañana después de la noche en la que se habían citado por primera y única vez.
-Pobre tipo, sus buenos mangos le habrán costado...
La llamó por la tarde, confiado de haberla ganado. Ella puso mil excusas, que hoy estaba cansada, que mañana no podía, que el fin de semana se le complicaba.
- ¿Qué pasa, linda? ¿No te gustaron las rosas?
- Es que a mí las rosas no me dicen nada...