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sábado, 10 de septiembre de 2022

Apropiación del cuerpo

           




El psi me da una consulta virtual una vez por semana.

Emplea un eufemismo, un diagnóstico impreciso,

que expide en receta por duplicado y por whatsapp

 con letra ilegible de médico: típico.

Siempre la encabeza:

"Receta de emergencia COVID-19

válida por 7 días".


"Trastorno de estado de ánimo", 

así él lo diagnostica, apelando al Manual DSM-5,

al pie de la lista de fármacos

que cuestan una fortuna...

Pero ambos sabemos bien

que de depresión hablamos,

acá, en Argentina, y hasta en la China...


De densos duelos yo vengo,

de ausencias, pérdidas,

menopausia y del puto barbijo grueso: gruesa como quedé yo.

Estuve tirada 

en el living, sobre el sillón,

con ganas de hacer casi nada

por meses y por semanas con el frío del calor.



El otro día el psi me dijo,

lo más tranquilo, en llamada entrecortada,

que, para salir de este estado maldito,

tengo que "apropiarme de mi cuerpo"...

¿De qué apropiamiento me habla?

Difícilmente esto que soy yo hoy podría lograrlo pronto...

Y encima después me pregunta: - ¿Estás apurada?




¿De cuál de todos mis cuerpos me estará hablando este tipo?

¿Del que fue, del que es o del que se avecina?

La verdad, hasta él mismo lo admite,

es más fácil para cualquier tipo no hacerse mucho problema

por pelos, canas, calvicie, panza, marcas del tiempo en el cuerpo y la cara...

Gorra con onda, anteojos de sol, barba freudiana, prolijita y arreglada, y listo. 

Todo eso está bien visto: fijate vos que a las minas nos resultan atractivos.



Yo añoro a aquella que fui hace un tiempo, no tanto,

sólo unos años, esos que pasan volando

- como aun escucho decir a las viejas de la familia...

Añoro a mi prístino rostro, mi largo cabello rubio, mis ojos y su mirada, 

mi baile con piernas firmes, mis senos erguidos, asibles,

mis brazos torneados de ir tanto a aquel gimnasio

que ahora, en la postpandemia, quedó cerrado.




                                    Añoro a aquella mujer que robaba las miradas,

a esa que, en cualquier esquina, ganaba piropos y bocinazos

miradas, piropos, bocinas que, ahora, liga mi hija, a quien adoro,

cuando a mi lado camina, muy de vez en cuando, claro,

por tener su rutina de estudios, novio, gimnasio y eternas salidas.

Mientras que yo aquí, enojada, sola y de madrugada, escribo

en el nido vacío, entre las prendas que ella dejó sembradas por toda la casa.





Hay que ser una mujer bien plantada 

en las raíces de la vida

- raíces que, a veces, parece, se van secando con el paso de los años -

para no desapropiarse de una misma,

con tanto cambio, tanto dolor, tanto vacío en el nido

para aprender a caminar de nuevo por esas calles de siempre 

sin desear andar cubierta por una capa de niebla.




Las mujeres de estos tiempos nos empeñamos en obedecer 

 los mandatos de la era del cuerpo perfecto y el "forever young".

A mí lo que mas me apena 

es que mis hijos me vean tan diferente a quien su madre era,

a esa madre que se sentía tan fuerte, tan plena,

esa mujer escindida entre ser mujer y madre, a quien la hacía bonita

el perfume que emanaba del sudor de aquel ahínco en la rutina del día a día.



- ¡Así es la vida, Señora mía!


Y antes de terminar la llamada,

al final de una consulta de unos 40 minutos, 

la ansiosa paciente pregunta, inocente y genuinamente:

- ¿Y cuánto demoran en hacer efecto todos estos remedios?

¿No se receta algún fármaco para la apropiación del cuerpo, Doctor?

Algo para derrotar a esta sensación corpórea de alma quebrada,

aunque resulte invisible, aunque pocos la comprendan y casi nadie la perciba.