El estrecho del deseo

Voy a beber toda la sed que hay en tus ojos

Voy a dinamitar el tedio en tu mirada

Voy a escalar el arco de tus cejas

y a sembrar todo un jardín de margaritas

desabrochando el último botón de tu camisa.

Voy a fundar una isla en tu pecho

y cruzaré, desnuda, hecha medusa,

 el río de tus dudas 

para arrastrarte, hecha bruma,

al mar de mis certezas.

En el estrecho del deseo yo te sueño:

te cito en cada noche desvelada,

cada interminable tarde de domingo,

cada mañana de tormenta o de viento

y te hago mío cada vez que así le place a mi deseo.

Un hombre solo con el jazz

 

      Agazapado en un rincón de la penumbra, en la era de la "Nueva Normalidad", intenta beber su soledad sorbo a sorbo y acallar los gritos de su pena con la música. Primero se prohibió fumar aquí adentro, ahora se ha prohibido respirar y se le tiene miedo hasta al aire: una guerra perdida, una locura que le quitó incluso el sueño. Y él perdió a su mujer y así perdió su aire. Busca en vano algún consuelo. Chequea el celular porque no pudo todavía borrar sus últimos mensajes desde la terapia donde ella murió entubada y sola. Es un hombre solo con el jazz, tratando de probarse a sí mismo que la vida continúa, aun sin ella, más allá de la pandemia, aunque no logra dejar de temer al que se la arrebató, dejándolo sin compañera, sin aire y sin normalidad.

Clavel del aire

  

Como clavel del aire

me hago del viento,

nado en el tiempo,

fucsia y violácea,

desraizada,

como colgando

de la corteza

áspera y hueca

de lo aéreo, 

de lo etéreo

de todo aquello

que doy 

por muerto.

Clavel del aire:

¡Llevame lejos!

Huyamos juntos,

como dos huérfanos,

de nuestros nombres

de nuestra sangre:

ya nadie llama...

Y mi llamado

aire con sangre, 

lágrima y viento,

es el de la huida 

de esta herida

fucsia y violácea.