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martes, 1 de febrero de 2022

La luz en las tinieblas

                        



"La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella."
                                                                                                             Juan 1:5, La Biblia




   Desde afuera, el edificio vidriado de la Casa de la Usura, en medio de la soleada plazoleta, parece luminoso y bien ventilado, y sin embargo, las ventanas permanecen cerradas todo el día, y el Usurero solo utiliza la luz en la laberíntica entrada como señuelo. Quien ingresa a él, se encuentra con un harem de mujeres dóciles y poco agraciadas, bien adiestradas para que al Usurero sólo lleguen los que a él le interesan a través de un enjambre de teléfonos internos. Para acceder a su despacho, es necesario descender una escalera angosta, y es allí donde, detrás de un escritorio cubierto de papeles y carpetas, el Usurero se mece sobre su silla negra y enorme, todo vestido de gris. No hay en el recinto ni una ventana, ni una rendija: todo está iluminado por una tenue luz eléctrica que emana de su lámpara de pie. Sobre el flanco izquierdo, aún conserva el escritorio de su padre muerto: el Usurero fundacional. Sobre la pared derecha, tiene un marco donde cuelga decenas de llaveros, y es lícito imaginar que todo los valores mal habidos que maneja están allí escondidos bajo llave, y que sólo es él quien sabe dónde, cómo y cuándo usarlas. 

Mi entrevista fue muy breve, sus respuestas a mis preguntas, ambiguas y esquivas, su sonrisa, una mueca harto ensayada que me revolvió las tripas. Indagó sobre todo lo que el mundo de la Usura avala: ascendencia, títulos, posesiones, garantías y posición visible y tangible en su  submundo inmundo. Se aventuró a darme consejos paternales acerca del bienestar de mi propia descendencia sin que yo se los pidiera. Cuando estaba a punto de dar la entrevista por terminada, antes de emerger a la plazoleta soleada, casi enferma de la nausea que traía desde la mañana, recibí un mensaje en mi celular que iluminó la pantalla. La luz de mi teléfono se reflejó en la medalla que llevaba yo colgada al cuello, y al llegar el az de luz a sus ojos, alzó su mano izquierda para cubrir su mirada de la luminosidad, sin dejar lugar a duda de que la luz de aquel mensaje había dado de lleno en el núcleo de las tinieblas.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

Una mujer sola





Una mujer en la barra de un bar
es casi como un acto de desnudo:
un espectáculo digno de admirar
para todo solitario empedernido,
una buena invitación a adivinar
qué será lo que hasta ella la ha traído.

Una mujer sola, oscura, en un bar
entre algunos borrachos sin sentido
tiene más que una pena que olvidar,
el dolor que le causa algún descuido;
su presencia se hace afrenta popular,
sentada y desarmada, es casi un alarido.

El barman, atractivo y singular,
iniciado en las artes celestiales del batido,
el veneno indicado ha de mezclar
siendo su fuerte el pasar inadvertido.
- Señora, dígame qué va a tomar?
Imagino que bien helado lo querrá...



- ¿Si fueras yo, qué elegirías tomar,
si es que no quisieras darte por vencido
en tu objetivo de estas Fiestas poder saltear?
Que sea algo bien fuerte y bien servido,
algo que al menos me haga olvidar
que se impone estar festivo...

martes, 7 de diciembre de 2021

Guerrillera del rouge




      Ella es la encargada de un local de ropa en Avenida Córdoba. Tiene apenas 22.

-Casi no se vende nada... La dueña me dijo que pusiera esta prenda a $5,000: no la va a comprar nadie. 

Le pesaban las horas que faltaban para volver a casa, y el tiempo se estiraba casi tanto como sus chicles. Su acto de rebeldía cotidiano consistía en un ritual labial a media tarde. Se quitaba el barbijo, se pintaba los labios de color rojo carmesí mirándose frente al espejo de uno de los probadores vacíos, salía a la puerta del local, se sentaba en el banco de la vereda y, así, con sus labios rojos y libres, como una guerrillera del rouge, se fumaba su Marlboro frente a la mirada todavía espantada de los transeúntes embarbijados por la calle y de los conductores con sus máscaras puestas dentro de sus autos. En cada bocanada de humo, soltaba al aire enrarecido la nostalgia del buen aire de otra Buenos Aires.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Una primavera más



  Cuando por fin empezó a aflojar el encierro, gracias a las vacunas, y lentamente intentamos volver a hacer cosas que nos recuerdan la vida normal interrumpida, fui notando los vacíos enormes que había causado el bombardeo de esta guerra viral en pleno siglo XXI. Para esos tampoco hay cura. Las estadísticas mediáticas hablan de grupos etarios o raciales más golpeados que otros. Yo tomo como referencia la geografía de lo cotidiano y familiar. En mi cuadra, fuimos las mujeres quienes resultamos más golpeadas: al lado de casa, una mujer en sus cincuenta perdió el trabajo y sobrevive de lo que gana su hijo veinteañero, con quien comparte un monoambiente alquilado que da a la calle. Por la mañana temprano corre sola en el parque, pero aún no se anima a hacerlo respirando sin barbijo. Los fines de semana por la tarde se encarga de convertir en jardín un cantero yermo de la esquina que sus dueños ya no atienden hacía más de un año, porque no han vuelto a abrir la oficina por falta de clientes. Arriba del monoambiente, la esposa del médico quedó viuda. Apenas si salía alguna que otra mañana por escasos víveres remedios hasta hace unos meses, y parece que se le vino la vida encima:  luce como una vieja enferma. Hace semanas que ya no la veo en la calle. Solo se asoma por la ventana cuando le tocan el timbre los chicos del delivery para hacerle la entrega de medicamentos. Enfrente, la que ya era viuda antes de la pandemia sigue encerrada en su caserón. No da la impresión de que la visiten mucho. De su rosal brotó una sola rosa hermosa esta primavera, que a veces se permite salir a mirar y oler, como esta mañana. El vidriero de al lado de la viuda bajó las persianas del local y de la vida antes de la entrada de la primavera luego de perder a su Perla. Adentro, en la oscuridad, quedó el árbol que yo le había podado y fertilizado cuando ya no podía más con la maceta, y cuando yo todavía creía que íbamos a poder con una primavera más. 

sábado, 30 de octubre de 2021

El estrecho del deseo


Voy a beber toda la sed que hay en tus ojos

Voy a dinamitar el tedio en tu mirada

Voy a escalar el arco de tus cejas

y a sembrar todo un jardín de margaritas

desabrochando el último botón de tu camisa.


Voy a fundar una isla en tu pecho

y cruzaré, desnuda, hecha medusa,

 el río de tus dudas 

para arrastrarte, hecha bruma,

al mar de mis certezas.


En el estrecho del deseo yo te sueño:

te cito en cada noche desvelada,

cada interminable tarde de domingo,

cada mañana de tormenta o de viento

y te hago mío cada vez que así le place a mi deseo.