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lunes, 26 de julio de 2021

Inspiración poética






Algunas veces parece que se me pierde

Como una ola que bajo el sol se mece

Y que viene a morir sobre mis propias plantas:

Entonces todos mis días se oscurecen.


Mas esta tarde tibia ella me sorprende

Con un fulgor casi adolescente,

Con un murmullo de voces olvidadas

Que al susurrarme de nuevo me estremecen.


Alguna gente le puede llamar suerte,

Otros podrán decir que se trata de esforzarse,

Mientras que yo prefiero sentarme y esperarla,

- Aunque seguro la juzgarán insuficiente -,


Con mis cuadernos abiertos al poniente, 

Con la avidez de manos áridas y torpes,

Con mis navíos de velas desterradas,

Con dos certezas y dos mil frustraciones.


Y cuando al fin me llega y me posee

En una tarde que la insinúa asequible

Le hago una fiesta que aspira a ser poema

- Aunque en el último verso me traicione -,


A mi adorada y esquiva inspiración poética.






lunes, 12 de julio de 2021

Miguel del Mar

         


      Tenía en su mirada verde mar la desazón de haberse fugado a la calle por primera vez a los dieciséis, aquella noche en la que su papá, borracho, le había levantado la mano a su mamá por enésima vez. Su propia historia no había sido otra cosa mas que una golpiza descarnada del azar: jefes despóticos, como su papá, que lo sacaban de quicio, trabajos truncados por despidos y su unión con Marcela, que lo engañó con un vecino con el que hacía changas los fines de semana para arrimar un mango mas luego de que se enteraron de que Nahuel venía en camino. La noche en que los descubrió a los dos haciendo el amor en su propia cama con la tele prendida para disimular, se hizo a la calle una vez mas, ya no con las mismas ganas de encaminarse como las de las otras veces. Esta vez estaba vencido por tanta paliza vital, y su única intención era la fuga de un mundo que siempre le había resultado hostil sin que su propia naturaleza tuviera nada que ver con la hostilidad. Su único sueño sin realizar era conocer el mar que solamente había visto por televisión, y lo mas parecido que había encontrado como refugio en las calles de esta ciudad era aquel parque lleno de verdor con un lago y una fuente donde, en un rito ciego, se higieniza cada mañana al clarear el día y lava su ropa. 





   Las comadres de feria pasan por donde Miguel fundó su vivienda, entre una pila de diarios, trastos rotos y cajones de madera, y se hacen las cruces. Otros vecinos le acercan algún que otro alimento o abrigo extra los días de frío, pero su medio de vida es la pesca de objetos del vientre maloliente de los contenedores de basura del Gobierno de la Ciudad, de donde saca cosas que le resultan valiosas, útiles o simplemente atractivas por alguna razón, valiéndose de una percha de metal que carga al hombro en sus rondas matutinas y vespertinas a modo de caña de pescar y de cruz: la cruz del sin techo. Se deja ayudar por un carrito robado del chino del barrio, que ya lo conoce bien por entrar a su local por vino y cerveza cuando cae el sol, dejando una estela de mal olor entre las góndolas. La otra vuelta, cayó la yuta con gente del Gobierno, y estuvieron tratando de convencerlo de juntar sus petates e ir a parar a uno de esos lugares donde juntan a los que llaman personas en situación de calle, les asignan alguna changa y les dan de comer y una camita donde dormir luego de una ducha. Pero Miguel del Mar les explicó, con tono cansino y mirada perdida, que él no pensaba quedarse mucho tiempo mas en la ciudad: dice estar solo de paso ahí en el parque, mientras acondiciona un autito viejo que quedó abandonado en el lugar, para pronto tomar la Ruta 2 y así poder por fin cumplir su sueño de ir a posar su mirada verde mar sobre el verdor del mar de verdad.