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miércoles, 11 de enero de 2023

Epifanía

   



   Supo que era escritor aquel día de lluvia en el que, sentado en pijama frente a su ordenador, constató por primera vez que había logrado hacer de una ineludible mentira una bella y creíble verdad. Hasta entonces sólo había conseguido narrar prolijamente su puñado de verdades de perogrullo. Pero esto era diferente, era inaudito. Supo que era escritor y que ya no le importaba la verdad ni la mentira ni vestir más que su pijama. Supo que el despertarse de madrugada con las manos pesadas de ladrillos para construir castillos de palabras era algo que le iba a suceder con frecuencia, aunque no sabía a ciencia cierta con cuánta, y eso lo angustiaba más que la carga. Supo que el ir a todas partes armado de anotador y bolígrafos iba a ser su perpetua condena a la rareza. Supo, en lo más encendido de su ser, que esa vocación por vivir calzándose zapatos ajenos para hacer propias las historias que otros andaban era su camino, aunque el andarlo no lo conduciría a ninguna parte. Ese era su destino manifiesto, algo infinitamente menos importante que el inenarrable placer de escribir. Supo que aunque su nombre no quedara impreso en los anaqueles del tiempo siempre se imaginaría leído y acompañado cada vez que llegara a la mitad de ese cigarro con el que se premiaba en solitario luego de acabar de vaciarse del escritor. Se supo escritor y dueño absoluto de la locura necesaria para caminar en pijama por las cornisas resbaladizas en días de lluvia como aquel, clamando por el canto de las musas para hacer de su ineludible verdad una bella y creíble mentira.


miércoles, 4 de enero de 2023

Sempiterno

     


    Vi a Laura parada bajo el sol del mediodía en la esquina a punto de cruzar la calle, tal vez por primera vez después de aquella tarde de gemidos ahogados en desesperada incredulidad, emergiendo de la tumba en la que se había convertido su departamento en planta alta, ahora que su vida era una noche larga e insomne, ahora que su celda era la de una prisionera más del duelo, siempre oscura y fría por las ventanas cerradas y persianas bajas que rechazaban el aire y la luz de la tortura que implicaba cada nuevo día. Se habría forzado a salir después de meses, tal vez en el intento futil de adquirir los alimentos que no podría cocinar con manos temblorosas y que no podría pasar sentada a la mesa de la ausencia. Lucía delgada y débil, como si se le hubieran venido diez años encima, con el cabello crespo y la raya cubierta de canas que antes se empeñaba en tapar. Caminaba lento y torpemente, adormecida por pastillas. No era ni la sombra de la mujer atónita e impotente de aquella tarde del día en el que la había encontrado en la puerta de su casa sin poder creer que la maldita muerte había arrebatado de su vida a su marido sin previo aviso al desplomarse en la cancha de tenis de un ataque fulminante al corazón. 

  Aquella tarde en la que había notado movimientos raros y escuchado sus gritos de agonía, salí a la calle y la encontré aturdida. Acababa de recibir la noticia por celular. Se agarraba la cabeza, tapando sus ojos rojos, estallados en lágrimas de furia, y refregaba sus manos heladas que tomé en un intento vano por consolarla y ofrecerme a asistirla en lo poco que se podía hacer. Los que dicen saber de duelos hablan de las distintas etapas por las que se va pasando a través del tiempo calculado en meses y años antes de cronificarse y convertirse en enfermedad. Mi vecina parecía enferma, detenida en el largo tiempo transcurrido, paralizada en un estado sempiterno de depresión, sin fuerza alguna para llegar alguna vez al puerto de la liberación que, según los que saben de estas cosas de la muerte, implica la mansa aceptación de la pérdida: la de una seguridad de vida de a dos al prometerse compañía tanto en la salud como en la enfermedad, aunque la muerte jamás logra separar. El ver a Laura bajo el sol aquella mañana en la que me animé a emerger de casa, fue como ver el pálido reflejo de mi incapacidad por cortar con mi sempiterno cordón umbilical.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Una mujer sola en Navidad

                                                        



                                                               (Basado en hechos reales)


Una mujer en la barra de un bar,
como un osado desnudo:
un espectáculo digno de admirar
para todo solitario empedernido,
 una invitación a adivinar
qué será lo que hasta aquí la ha traído.

Una mujer, un claroscuro a pintar,

entre tanto borracho sin sentido,
tiene más que una pena que olvidar
del dolor que le causa un ser perdido
que en las sombras insiste en perdurar,
sentada y sola, mujer en llanto enmudecido.

El barman, silencioso y singular,
iniciado en las artes celestiales del batido,
el veneno indicado ha de mezclar
siendo su fuerte el pasar inadvertido.
- Señora, dígame: ¿Qué va a tomar?
Imagino que lo va a querer helado...


 - Si fueras yo, ¿Qué elegirías para tomar,
si saltear estas fiestas fuera tu cometido?
 Que sea algo que me ayude a olvidar
 tanto deseo de felicidad remanido
que no me haga sentir tan fuera de lugar:
algo fuerte y bien servido...

Nada mas.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Sigue tu destino

FRAGMENTO DE UN POEMA DE FERNANDO PESSOA
(traducido del portugués 
en versión personal)

     SIGUE TU DESTINO

 Sigue tu destino,
Riega tus plantas, 
Ama tus rosas.
El resto es la sombra
De un árbol vecino.

La realidad
No siempre 
Es aquello que anhelás.
Ya no seré nunca
La misma que era.

viernes, 28 de octubre de 2022

Ansiedad



     En la última sesión, le pregunté por la razón de tanta ansiedad. Y él me dio una explicación que me puso aun mas ansiosa por la mera razón de que estoy ansiosa por sentirme mejor lo mas pronto posible:

 La ansiedad se relaciona con factores genéticos, ambientales y personales. Los factores personales se basan en experiencias acumuladas a lo largo del desarrollo evolutivo del individuo... 

   Y a la mañana siguiente, al comenzar el día ansiosamente, como suele ocurrirme últimamente, me encontré en el patio, cubriéndose del sol de primavera, con esa niña que hace mucho tiempo fui, abatida por tanto maltrato, por tanta desconsideración por su condición de niña. A la luz del despuntar de otro día mas de ansiedad adulta, visualicé escenas de mi niñez, cuando florecía como las plantas y el árbol en las macetas a mi alrededor. Mi gato se mostraba sereno y plácido, recostado en un rincón soleado, haciéndome desear ser gato...




    Recordé entonces el uniforme del colegio de monjas al que asistí toda mi infancia y mi adolescencia, esas medias verdes hasta las rodillas que cubrían la realidad de que todas éramos únicas y diferentes, mientras se nos vendían Barbies al precio del deseo inalcanzable de encarnarlas algún día. Recordé a mi madre ansiosa por trenzar mi cabello para cumplir con la regla del cabello recogido. Recordé la rigidez de las filas, de la persignación y las plegarias al unísono al comenzar cada jornada escolar, de aquellos horarios inamovibles marcados por un timbrazo que tejían una rutina, que se detesta cuando se impone y se añora cuando no está. Recordé la amargura y el autoritarismo inflexible en los rostros de aquellas monjas que nos educaban en el cumplimiento académico a rajatabla a fuerza de tacharnos en rojo sangre, y en el temor a un Dios que nos castigaba y nos podía condenar al mismísimo Infierno, negándonos el Cielo, a un Dios que tragábamos en hostias tan blancas como el vestido de Primera Comunión. Nuestro único pecado inconfesable era no entender nada de todo aquello.

     Se me vino a la cabeza aquella travesura de meternos sin permiso en la capilla de ese oscuro y frío colegio porque se rumoreaba que uno de los Ángeles guardianes que flanqueaban el altar  -cerca de las reliquias óseas del Santo fundador de la congregación que me causaban tanta aprehensión-, movían sus ojos si los mirábamos un rato largo, al pobre Cristo sangrante clavado en la cruz, y conecté con el miedo y la humillación, con el sentirme a punto de orinarme encima, al ser llevada a la dirección para ser sermoneada por la Hermana Rectora por haber quebrantado las reglas de entrar al espacio prohibido y mas tentador: la censura disfrazada de obediencia debida de mi escolarización religiosa.

    Tantos "No" en mi casa paterna: no toques eso, no hables en la mesa mientras veo televisión o si estoy hablando yo, no comas tanto, no hagas ruido, no cantes ni bailes a la hora de la siesta, no andes con esos chicos, no vuelvas tarde... Y nunca me digas que no. A plena luz vi la sombra de lo que se me permitía sin permitirme ser yo.

    Tanto Falcón verde recorriendo las calles -mi territorio de fantasía y libertad -, tantas discusiones políticas en las reuniones familiares que terminaban en gritos y peleas, y mi pobre abuela inmigrante escapada de Franco, dueña de casa, tratando de que se bajara la voz por el peligro de que fuera escuchada. Tantas sospechas de lo peor para aquellos que "desaparecían". Tantas veces que detuvieron la marcha de nuestros recorridos en auto a punta de pistola para inspeccionarlo. Tantas arengas desafiantes de milicos despiadados emitidas por Cadena Nacional.

   Cadenas, negación, sinrazón, cárceles, cicatrices que quedaron en el cuerpo y en el alma de un tiempo que debió ser tierno y amoroso cobijo. Entonces comprendí mejor la explicación acerca de mi ansiedad del día anterior.