En la última sesión, le pregunté por la razón de tanta ansiedad. Y él me dio una explicación que me puso aun mas ansiosa por la mera razón de que estoy ansiosa por sentirme mejor lo mas pronto posible:
— La ansiedad se relaciona con factores genéticos, ambientales y personales. Los factores personales se basan en experiencias acumuladas a lo largo del desarrollo evolutivo del individuo...
Y a la mañana siguiente, al comenzar el día ansiosamente, como suele ocurrirme últimamente, me encontré en el patio, cubriéndose del sol de primavera, con esa niña que hace mucho tiempo fui, abatida por tanto maltrato, por tanta desconsideración por su condición de niña. A la luz del despuntar de otro día mas de ansiedad adulta, visualicé escenas de mi niñez, cuando florecía como las plantas y el árbol en las macetas a mi alrededor. Mi gato se mostraba sereno y plácido, recostado en un rincón soleado, haciéndome desear ser gato...
Recordé entonces el uniforme del colegio de monjas al que asistí toda mi infancia y mi adolescencia, esas medias verdes hasta las rodillas que cubrían la realidad de que todas éramos únicas y diferentes, mientras se nos vendían Barbies al precio del deseo inalcanzable de encarnarlas algún día. Recordé a mi madre ansiosa por trenzar mi cabello para cumplir con la regla del cabello recogido. Recordé la rigidez de las filas, de la persignación y las plegarias al unísono al comenzar cada jornada escolar, de aquellos horarios inamovibles marcados por un timbrazo que tejían una rutina, que se detesta cuando se impone y se añora cuando no está. Recordé la amargura y el autoritarismo inflexible en los rostros de aquellas monjas que nos educaban en el cumplimiento académico a rajatabla a fuerza de tacharnos en rojo sangre, y en el temor a un Dios que nos castigaba y nos podía condenar al mismísimo Infierno, negándonos el Cielo, a un Dios que tragábamos en hostias tan blancas como el vestido de Primera Comunión. Nuestro único pecado inconfesable era no entender nada de todo aquello.
Se me vino a la cabeza aquella travesura de meternos sin permiso en la capilla de ese oscuro y frío colegio porque se rumoreaba que uno de los Ángeles guardianes que flanqueaban el altar -cerca de las reliquias óseas del Santo fundador de la congregación que me causaban tanta aprehensión-, movían sus ojos si los mirábamos un rato largo, al pobre Cristo sangrante clavado en la cruz, y conecté con el miedo y la humillación, con el sentirme a punto de orinarme encima, al ser llevada a la dirección para ser sermoneada por la Hermana Rectora por haber quebrantado las reglas de entrar al espacio prohibido y mas tentador: la censura disfrazada de obediencia debida de mi escolarización religiosa.
Tantos "No" en mi casa paterna: no toques eso, no hables en la mesa mientras veo televisión o si estoy hablando yo, no comas tanto, no hagas ruido, no cantes ni bailes a la hora de la siesta, no andes con esos chicos, no vuelvas tarde... Y nunca me digas que no. A plena luz vi la sombra de lo que se me permitía sin permitirme ser yo.
Tanto Falcón verde recorriendo las calles -mi territorio de fantasía y libertad -, tantas discusiones políticas en las reuniones familiares que terminaban en gritos y peleas, y mi pobre abuela inmigrante escapada de Franco, dueña de casa, tratando de que se bajara la voz por el peligro de que fuera escuchada. Tantas sospechas de lo peor para aquellos que "desaparecían". Tantas veces que detuvieron la marcha de nuestros recorridos en auto a punta de pistola para inspeccionarlo. Tantas arengas desafiantes de milicos despiadados emitidas por Cadena Nacional.
Cadenas, negación, sinrazón, cárceles, cicatrices que quedaron en el cuerpo y en el alma de un tiempo que debió ser tierno y amoroso cobijo. Entonces comprendí mejor la explicación acerca de mi ansiedad del día anterior.